La semilla

Para L.

Era una semilla más entre otras semillas. No destacaba, en apariencia, por nada. Era pequeña, casi ínfima, amarronada, con finas vetas amarillas y vivía en el semillero de aquel granjero esperando su momento. No sabía cuál era su destino. Por no saber, no sabía ni siquiera qué tipo de semilla era. ¿Sería una semilla de trigo y con el tiempo se convertiría en harina y luego en un esponjoso pan o un delicioso bizcocho? ¿Sería una semilla de girasol y acabaría regando con líquido oro una hogaza o una lechuga de la huerta? ¿Sería una semilla de un árbol frutal y con el tiempo de sus ramas colgarían manzanas o peras? No lo sabía, nadie se lo podía decir ni resolver sus dudas. Solo en el momento en que cayera a la tierra, con el tiempo lo averiguaría. 

Pero le ocurría algo más a esa semilla. Sentía miedo. Sí, aunque parezca algo extraño, cada vez que el granjero cogía el semillero, empezaba a temblar. Así que ella se escondía en el fondo de la caja para que el hombre no pudiera alcanzarla con las manos y lanzarla. 

Así veía como sus compañeras, estación tras estación, acababan encontrando su lugar y, al fin, al crecer sabían quiénes eran. Pero ella, tal vez, porque se sentía pequeña, poca cosa no se atrevía. Tenía miedo de caer en tierra yerma. O, al contrario, imaginaba caer en un lugar demasiado tupido y no tener espacio para crecer. Temía caer en un lugar donde no hubiera lluvias, pero al mismo tiempo se sorprendía pensando que caería en tierras cenagosas. Y así tanto temer la vida se quedaba sin ser ni vivir. 

Hasta que un día oyó al granjero decir que ese semillero ya era viejo y que las semillas que ya no cayeran aquel día no darían frutos y las tiraría. Definitivamente, la existencia le estaba diciendo que era ahora o nunca. Temblaba. Seguía sintiendo que algo la apresaba y los “y si no…” la seguían torturando. Pero debía confiar. Solo le quedaba eso. Confiar en la vida, pero sobre todo confiar en sí misma. Podría con la tierra yerma, con las lluvias torrenciales o con las sequías. Cayera donde cayera, aunque supuestamente pequeña, era una semilla dispuesta a dar frutos. Costaría más, costaría menos, pero lo haría porque tenía mucha más fuerza y coraje de lo que ella misma creía. 

Por ello se colocó de las primeras en el semillero. Enseguida notó como una mano agrietada, pero fuerte la cogía. A lo lejos distinguió como otras semillas también temían el camino y, en susurros, las animó. 

En ese viaje en la mano, todas las emociones del mundo agolpaban a la pequeña semilla, desde la ilusión al pavor, desde la incertidumbre a la certeza. Y entonces, cuando menos lo esperaba, la mano se abrió y lanzó todo lo que contenía su interior. Todas las semillas, incluida, la nuestra, volaron y en aquel baile descendente, mecidas por el viento, fueron cayendo hasta tocar la tierra. ¡La tierra! Al fin, allí estaba ella y la tierra. Con una destreza que no conocía, se hizo hueco en el suelo y empezó su periplo.

Pasaron épocas de lluvias, épocas de sequías, épocas de no saber, épocas de paciencia y espera. En definitiva, fue transcurriendo el tiempo…

Un verano, una voz de un niño gritó ilusionado: 

—¡Mira, mamá, el árbol pequeño ya está dando fresas! 

La madre se acercó y arrancó una de ellas: 

—Diego, saboréala bien, es un regalo de la tierra. 

De aquella manera, la semilla al fin supo lo que era y entendió que el viaje, el miedo, los días de incertidumbre con o sin lluvia, los días cansados del sol que quemaba, todo había valido la pena. Ahora alguien, un niño, sonreía con sabor a fresa y ella, al fin, sabía quién era y todo el poder que residía en ella.

Fotografía

Texto propiedad de su autora, Silvia G. Guirado. No se puede utilizar completo ni parcialmente sin pedir permiso.

9 Comments
  • Gianella Legnani
    Publicado a las 07:53h, 14 julio Responder

    Como siempre un relato lleno de sensibilidad. Palabras que tocan el corazón y que alientan a vivir la vida con confianza aún cuando aparezcan temores que nos digan lo contrario. Gracias Silvia una vez más.

    • silviagg
      Publicado a las 14:03h, 14 julio Responder

      Gracias, Gianella. Todos somos un poco semilla, ¿verdad?

  • Nayra
    Publicado a las 15:03h, 14 julio Responder

    Un relato que solo tú puedes escribir. Sensible, delicado, pero lleno de ilusión y fuerza. Precioso, amiga.

  • M. Carmen Aznar
    Publicado a las 23:09h, 14 julio Responder

    ¡Cuántas veces soy esa semilla en el fondo del semillero! ¡Cómo paraliza el miedo! Es tan importante confiar en una misma, en el propio potencial… y resulta, a veces, tan difícil. Soy semilla en ocasiones…

    • silviagg
      Publicado a las 13:12h, 16 septiembre Responder

      Todos somos semillas y maravillosas, recuérdalo, compañera.

  • Diego Ruf González
    Publicado a las 23:22h, 14 julio Responder

    Muy bonito. Sencillo pero directo al grano (nunca mejor dicho). Sadhguru estaría gozoso si leyera el cuento.

    • silviagg
      Publicado a las 13:12h, 16 septiembre Responder

      El espíritu de Sadhguru me iluminó para escribirlo 🙂

  • Eva Braojos
    Publicado a las 13:46h, 14 septiembre Responder

    Precioso

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