Las alas de hilos rojos

Para S.

Ella se creía libre y aventurera, gozosa de sí misma y de la vida, pero lo cierto es que con el tiempo sentía que había perdido su brillo azul y su poesía y se había ido perdiendo en las cotidianidades. Con el paso de los años, había sido consciente de los muchos hilos rojos -aquellos que cuenta la leyenda- y que en lugar de darle alas, la iban constriñendo. Esos hilos rojos se habían ido enredando, creando nudos en la garganta y en las entrañas, deshilachándose en el alma y atándola de pies y manos. A veces esos hilos se tensionaban y no unían con amor, sino por apegos y lealtades. Y así no quería quererse ni querer a los demás. 

Necesitaba echar alas y volar. Tal vez alguno de aquellos hilos no sería capaz de estirarse tanto como ella lo necesitaba y se rompería. Era consciente, pero, por primera vez, lo admitía. Podía ocurrir, pero aquello no la hizo empequeñecerse y seguir amarrada. Bien al contrario: cogió todos aquellos hilos rojos y empezó a deshacer los nudos, a unir las hebras desperdigadas y los hilos hasta acabar transformándolos en un ovillo. Un ovillo desvencijado, poco bello o armonioso. Al verlo, pensó en abandonar su empeño. Antes el ovillo tenía una forma más perfecta, al menos eso decían los ojos ajenos, aunque por dentro estuviera lleno de nudos. Ella bien lo sabía. Y durante un tiempo, dudó. No obstante, al final, cargó con las dudas, el miedo y la incertidumbre y cogió aquel ovillo de afectos mal entendidos y le dio una nueva vida. Una nueva oportunidad, una nueva forma. Ella creía que era posible. 

Durante cuarenta días y cuarenta noches, fue tejiendo punto a punto, hilo a hilo, una alas. Unas alas que le servían de manta en las noches frías y oscuras, cuando necesitaba la calidez del amor propio y el abrazo de los suyos, Pero, al mismo tiempo, unas alas que se transformaban en capa para echarse a los hombros y  con la que emprender el vuelo en busca de la libertad, la aventura y el goce perdidos. Volver a ser niña con alas de mariposa capaz de jugar con la vida.

Ahora cada hilo rojo tomaba un nuevo sentido porque tejía nuevas posibilidades y no solo una existencia pasajera, fugaz y leve.

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