ruiseñor

El camino del anhelo

Para N.

 

La escuela del coro de ruiseñores de Viena cada año acogía a nuevos estudiantes deseosos de formarse y formar parte, algún día, de esa prestigiosa entidad. Él, el último ruiseñor de la familia Flor, el más ignorado, pues sus padres no podían encargarse de todos sus hijos, se presentó como era tradición. En su familia todos habían pasado por allí con mayor o menor fortuna y él no sería menos. Y como todos ellos, el pequeño ruiseñor aspiraba a formar parte del coro profesional. Se imaginaba a sí mismo con su nombre en los carteles de los próximos conciertos, recibiendo el aplauso del público y, hasta en su ensoñación, se veía firmando autógrafos. 

Y de hecho, paso a paso, el último ruiseñor de la familia Flor se convirtió en aquello que anhelaba. Pero algo le ocurría y es que cuando algo conseguía no sentía que tuviera mérito alguno. Ni ser escogido para el coro oficial, ni ver su nombre en el cartel, ni recibir aplausos, ni firmar su primer autógrafo… Siempre, siempre echaba en falta algo y seguía trabajando con ahínco, poniéndose nuevas metas, mientras se prometía alcanzar el firmamento. ¡Lo último que quiso fue ser el primer cantante del coro! ¡Lo cual no era ninguna tontería! ¡Cuánto trabajo había detrás! Y es que él se sabía bueno, con su voz tan especial, pero tal vez sentía que le faltaba cierto reconocimiento. Siempre había sido el último de la familia Flor, el que pasaba desapercibido, al que nadie prestaba atención…

 

Y puso todo su empeño y esfuerzo en cambiar su historia personal y cada vez estaba más cerca de lograrlo hasta que incluso consiguió ser el primero del coro oficial. Pero cuando cantó la primera vez en ese rol, al bajar del escenario, rodeado por un tumulto de felicitaciones, percibió que una brecha se abría en su corazón. En realidad, se dio cuenta de que no era aquello lo que le faltaba. Buscaba fuera lo que dentro ya brillaba. 

 

Y sí, alcanzó el firmamento, pero solo entonces se dio cuenta de que siempre, incluso cuando era un simple estudiante su voz armoniosa y delicada, llena de talento, ya estaba allí. Había recorrido aquel largo camino para descubrir que su voz era solo suya y que, precisamente, eso era lo que le hacía especial, no el cartel con su nombre, ni el aplauso ni el autógrafo. Él y su voz eran el auténtico regalo, lo demás, en parte, cosas del destino y del azar.

No volvería a anhelar nada, solo con su canto ya era suficiente, porque con cada melodía dejaba volar notas de esperanza, ilusión y sonrisas allá por donde pasaba, incluso para sí mismo.

 

 

Ilustración: Detmold del libro Birds in town and villages, de William Henry Hudson.

8 Comments
  • Nayra
    Publicado a las 14:59h, 04 marzo Responder

    Es la historia más tierna y más bonita que he leído en mucho tiempo. Yo también soy un poco ruiseñor… pero ya lo sabes. Muchas gracias por tanto.

    • silviagg
      Publicado a las 17:20h, 04 marzo Responder

      Todos somos un poco ruiseñores buscando lo que ya llevamos dentro. Gracias a ti.

  • Dacha Atienza
    Publicado a las 22:10h, 04 marzo Responder

    Cuánta sensibilidad! Me ha encantado Silvia.

    • silviagg
      Publicado a las 23:08h, 04 marzo Responder

      ¡Mil gracias, Dacha! La sensibilidad se capta cuando la persona que lo lee también lo es.

  • Silvia Fernández
    Publicado a las 07:05h, 05 marzo Responder

    Silvia, un cuento precioso.
    Todos llevamos una “voz” dentro que nos hace especiales y somos nosotros mismos quienes debemos valorarnos y “cantar sin miedo” ☺️

    • silviagg
      Publicado a las 18:44h, 05 marzo Responder

      ¡Qué bonito eso de “cantar sin miedo”, amiga! Cantemos así. Besos, tocaya.

  • Ana Puentes López
    Publicado a las 10:22h, 12 marzo Responder

    Es hermoso, Silvia.
    Y qué importante es que cada uno sepamos cuál es nuestro don (porque todos tenemos uno), disfrutar con él sin necesidad del reconocimiento de lis demás, tan sólo el nuestro propio.
    Gracias por estos cuentos sanadores 💜

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