Sería bonito tener una foto de las dos sonriendo a la cámara,
posando en este preciso instante del día de la madre
–ese que se han inventado, pero al cual no renuncio-.
Una foto perfecta en su forma, en sus colores, como esas que
inundan las redes sociales en un día como hoy.
Pero esta foto es como la vida misma, perfectamente imperfecta.
Como nuestra cotidianidad hecha de carne y hueso.
De saliva, orina y leche materna.
De ojeras y orejas para “escucharte mejor” como en los cuentos.
De sonrisas y cosquillas, sobre todo, los fines de semana por la mañana.
De motes inventados a partir de tu nombre
-siempre serás también un poco Marina a pesar de lo que diga tu partida de nacimiento-.
De cansancio y frustración, a dosis leves o mayores, por no llegar a todo.
De duermevelas y despertares nocturnos -¡y ya van quince meses!-.
De buscarme creativamente y de reencontrarme mientras juegas a las piezas.
De primeras veces, de dudas, de alegría, de paciencia –que a veces escasea-.
Mi linda niña, mi pequeña valquiria, gracias por tu compañía y por traerme alegría infinita.
Mi mami bonita, gracias por cuidar de Nadia y de mí con amor único y desmedido.
Vida, gracias porque a veces eres rotundamente bonita… Supongo que es tu manera de equilibrarte a ti misma cuando otras veces nos embistes, indómita y salvaje, mientras estamos desprevenidos. Tú, vida, como las madres y las fotos, también eres perfectamente imperfecta.
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