Crónicas de Léster: Lo que daría yo…

 

Este inicio de otoño está siendo extraño. Hay días en que me sofoco con tanto calor y tanto pelo propio. Sin embargo, otros, amanece gris y llueve de forma más o menos constante y yo me paso el día en remojo. Ya os digo yo que el tiempo está tan loco como este mundo nuestro, vuestro o de quién sea… El caso es que una de estas jornadas que amaneció gris y lluviosa, yo tuve una pequeña recompensa al final del día en forma de latita. Después de llevar el pelaje mojado unas cuantas horas e intentar huir de los truenos y de las obras de la biblioteca, me encontré con ese manjar y todo mal se evaporó de forma cuasi instantánea. O eso creía yo… Nada más empezar a degustar la lata vinieron a mi memoria sabores y texturas que yo ya había probado tiempo ha. Y entonces no pude dejar de pensar en lo que daría yo por tener una latita cada día.

Sé que no me puedo quejar, porque aún sin tener hogar ni biblioteca que me cobije –momentáneamente– sigo alimentando a mi cuerpo serrano gracias a la caridad de algunos humanos. Sin embargo, probar aquello fue tocar el séptimo cielo gatuno. Me trajo recuerdos de vidas pasadas –creo que ando por la cuarta– y aquello me reconfortó en aquel aciago día de principios de otoño. Mientras comía aquella lata con fruición y deseo y me relamía los bigotes, noté que me robaban una caricia por la espalda. Mi respuesta, como buen gato, fue ronronear y entonces empecé a pensar en que daría yo por tener cariño cada día.

Sí, cierto, tampoco me puedo quejar de esto. Tengo una pequeña dosis cada día, pero muchas veces me pregunto cómo debe ser vivir en una casa y convertirse en el ser más mimado y consentido de ese hogar. Porque en el fondo esas caricias que recibo son la forma más cercana que tengo de sentirme querido en mi callejera soledad. ¿Y quién no quiere sentirse querido ya sea humano o animal? Al final, después de leer en la biblioteca varios libros de autoayuda y algunas de las mejores novelas de la historia, este felino ha llegado a la conclusión que en esta vida –o en la que sea que te toque estar viviendo– todo se resume en una cosa: el amor. Y sí, no quiero ponerme moñas, no es mi estilo, pero que queréis que os diga, incluso a este gato negro, crápula y callejero le gusta ser mimado y toqueteado… Vamos, en definitiva, lo que me gusta es importarle a alguien y así no convertirme en un ser anónimo sin más, como muchos de mis compañeros de raza que habitan las calles de ciudades y pueblos.

Estaba yo lamiéndome los bigotes y sintiendo el gustirrinín de estar acompañado, cuando empecé a pensar o que daría yo por vivir en un lugar, en una ciudad, en un país, en que los animales viviéramos en unas mejores condiciones. Que nuestros derechos fueran respetados y no alineados ni ultrajados. Un lugar en que dar de comer a un animal callejero no estuviera penado con multa y tuviera que hacerse con nocturnidad para evitar represalias. Un país donde defender a un animal fuera obligación y derecho por encima de estúpidas tradiciones de tiempos pasados. Un país que entiende que asesinar a un inocente animal no tiene porque ser la única solución para ocultar la inoperancia de políticos carentes de inteligencia, humanidad y empatía.

Cuando pienso en todo ello, me dan muchas ganas de huir a esa biblioteca mía –ahora a medio hacer-, refugiarme entre los libros y vivir en ese mundo de ficción. Porque a veces la realidad es demasiado; demasiado en todos los sentidos… Incluso para mí que he visto de todo en estas cuatro vidas que ya llevo. En definitiva, estaba pensando en lo que daría yo porque mi biblioteca estuviera en pie y pudiera adéntrame en ella, cuando de repente me pregunto: Y, de verdad, ¿qué puedo hacer yo ahora? Ante esto, noto que algo enérgico, potente, se mueve dentro de mí y me digo: ¡Eso es, Lester, arriba con esa fuerza y esas garras que tienes! Porque de nada sirve la queja. La solución solo reside en la acción. Así que a partir de ahora voy a quejarme menos, a agradecer más los buenos momentos y voy a maullar bien alto por las injusticias que se esconden tras cada esquina. ¡Y nadie va a callarme! Palabrita de gato.

Y vosotros humanos, ¿qué haréis? ¿Quedaros sentados, quejándoos o también agradeceréis vuestras vidas, al mismo tiempo, que afiláis vuestras uñas, sacáis las zarpas, si hace falta, y lucháis por un mundo mejor?

Miau.

1 Comment
  • Narayani
    Publicado a las 08:03h, 16 octubre Responder

    Desde luego es el mejor consejo que puedes darnos. Lástima que muchas veces no hagamos caso de esa lógica que nos dice que es mejor disfrutar la vida con lo que se tiene.

    Besos y ánimo, gatito, ya verás que vienen tiempos mejores 😉

Deja un comentario