
14 May Acto deliberado de nostalgia
Ayer cometí el acto deliberado de dejarme llevar por la nostalgia. Es algo de lo que he intentado huir en estos casi dos meses de confinamiento para no caer en la trampa de la pena por lo perdido. Primero, porque no me parece justo lamentarme por mis perdidas cuando hay otras mayores. Segundo, porque sé que un paso en falso me puede hacer caer en la ciénaga de la desesperación y desaparecer en ella. Lamentarme y regodearme no me interesa, necesito mi ánimo lo más intacto posible para seguir emprendiendo mi día a día.
Pero el pasado viernes noté esa necesidad de recurrir al pasado -a ese pasado de hace dos meses que ahora parece tan lejano- y permitirme, aunque fuera brevemente, darle su espacio para ser sentido y explicitado. Está bien mantener el tipo, por uno mismo, por los que le rodean, pero yo necesitaba pasearme por mis rutinas perdidas, echarlas de menos y llorarlas lo que fuera necesario.
Así que al atardecer decidí hacer el recorrido que hacía cada mañana para llevar a mi hija a la escoleta. Pero esta vez sin la compañía de ella, sin las peleas y las prisas matutinas, pero sí con la mascarilla cercenando mi respiración y un nudo ingente en la garganta.
Paseé por cada recodo de nuestras mañanas, intentando recrear los diálogos que repetíamos jornada tras jornada (¡mira esa flor!; ¡el campanario!; ¡espabila, que es muy tarde!; la piscina, ¿hoy me toca piscina, mamá?; mira, ese gato; acábate ese trozo de pan que ya llegamos a la escoleta; ese es el jardín en el que paseamos, ¿verdad, mami?…) Y así hasta llegar a la escoleta. Resultó extraño ver el edificio sin la vida y las risas que allí habitaban. Ahora parecía una bella durmiente de cuento esperando ser despertada de este mal sueño. Y al fin se me escaparon las lágrimas, como sabía que iba a ocurrir y necesitaba. Me dejé mecer por ellas y me permití recordar las veces que vi a Nadia jugar en el patio de madroños, las veces que venía corriendo a abrazarme cuando la recogía, las veces que jugamos en la plazoleta… Me permití echar de menos y lamentarme por mis pequeñas perdidas. No son las más importantes ni graves, pero son las mías y necesitaba sentirlas para poder sanarlas.
Ya de vuelta anduve por los parques y jardines en las que tantas veces hemos jugado, ahora varados con cintas que prohíben el paso. Es una imagen impactante ver el juego de los niños detenido, como lo son las plazas deshabitadas, las persianas bajadas de los comercios y esa tristeza que parece emanar de los ojos y la actitud de los viandantes y extenderse por las aceras.
Seguí caminando, y al hacerlo, pensaba que esa toma de tierra, esa dosis de realidad y conciencia, me estaba pesando demasiado en el alma. Cierto es que me había sacudido la añoranza con las lágrimas derramadas, pero resultaba difícil buscar esperanza en las calles y jardines desprovistos del latir de siempre.
Entré en casa más ligera de apegos y nostalgia -aún conservo algo de ella en mi mochila vital, no os voy a engañar, esta viene de serie-, pero también con la certeza de que ante la extrañeza de nuestra realidad, ampararse en las pequeñas grandes cosas será nuestra tabla de salvación, como siempre lo han sido. En mi caso, tal vez, ahora no lo sean los diálogos con mi hija de camino a la escoleta y respirar el verde cerca de las Heuras; tampoco, verla sonreír, saltar y chapotear en la piscina; ni los abrazos al recogerla; ni los juegos eternos en el parque. Pero serán otras pequeñas grandes cosas las que darán luz a estos días sombríos. Pequeñas grandes cosas que algún día también añoraré… Porque a veces creo que vamos de añoranza en añoranza, lamentando lo perdido. Tal vez, sea hora de aprender a vivir en el ahora, sin nostalgias ni futuribles. Suerte que por aquí tengo correteando a una buena maestra del desapego, que no sabe de añoranzas, ni de pasado; ni de expectativas, ni promesas, solo de sonrisas, rabietas y presentes. Que sabe ver con ojos curiosos la realidad y disfrutarla tal como es, sin juzgarla, sin sufrirla, sin entenderla, pero ¿qué más da? Yo también quisiera ver la realidad con sus ojos, ahora más que nunca.
Manoli
Publicado a las 18:42h, 16 mayoSon tus sentimientos Silvi, pero es la realidad pero es bonito lo que escribes.